6/08/2005

Phuket, un nuevo paraíso

Qué lejos quedan los días crueles del tsunami y que mágica la luz que peina la copa de los árboles, a ras de playa. Desde lo alto de la isla, en esos puntos claves que los isleños han señalizado como miradores, la costa de Andamán se presenta serena, tímida, pulcra, pudorosa de acariciar la orilla ahora virginal de Phuket. «Nunca hemos visto el mar tan claro y la arena tan limpia», comenta Avddy, la mujer de Wilailak Tanboon, uno de los taxitas de la isla. «Después del tsunami, la tierra parece habernos mudado la piel. Ahora, ha traído esta belleza y cientos de peces que hacía años no veíamos». La naturaleza, el mar ha modificado esta tierra, este puerto de mar. Y los tailandeses, después de la marea, han levantado sus casas, sus tiendas, su alma y ahora miran al frente y se enorgullecen de estar donde están, ahí junto al mar.
La isla de Phuket (puquit, como se pronuncia aquí) es la isla más grande de Tailandia. Un rincón paradisíaco para los que aman los fondos marinos, un plácido lugar para los que huyen del estrés, una puerta abierta a la lujuria para los necesitados de pasiones extremas. Desde el siglo XIX la isla despertó un creciente interés entre los comerciantes chinos porque era rica en minerales, en pesca y porque su localización era perfecta para los negocios entre India y China.



Por un lado, las formaciones rocosas que aparecen en medio del mar, lo que hoy se conoce como el Parque Marino de Phang-Nga, se convirtieron en el lugar de peregrinaje de escaladores de todo el mundo; el fondo del mar y su maravillosa barrera de coral hizo estragos en los planes de viaje de los más afanados buceadores; y su noche, la más canalla, salvaje y transgresora de Andamán, provocó una nueva forma de viajar, en busca del sexo.

Así, a medio camino entre lo casto y virginal, y lo perverso y transgresor se fue moldeando el perfil de la isla más popular y populosa (turísticamente) de Tailandia. La combinación perfecta entre una naturaleza explosiva en color y una playa translúcida. Características que le vienen del clima tropical. El interior de la isla es un salvaje bosque con árboles que llegan a superar los 80 metros de altura, espacios repletos de cocoteros y árboles que dan el fruto más característico de la isla: los anacardos.

No hay plato que se sirva en un restaurante de cocina tradicional tai que no lleve este apreciado fruto seco. En Phuket existe una fábrica de anacardos. Dos mujeres pelan sin descansos los frutos, luego se envuelve y se guarda en pequeñas bolsitas. El centro ofrece los productos más característicos de las islas: pescados marinados con una especie de picantes, bolitas de coco, anacardos preparados en todas las expresiones que se pueda imaginar (tostados, con miel, con sésamo...).
Descubrir las islas significa también descubrir su cocina. Los mercados son la postal más bella y sorprendente de Phuket y Krabi. En la ciudad de Phuket quizá se encuentre el más sorprendente y auténtico de estas lindes. También es aquí, igual que en los centros menos turísticos, donde se encuentran los restaurantes más auténticos, a los que acuden los propios tailandeses.
La carta suele ser muy parecida: pescados, mariscos, pollo y verduras, básicamente. Productos muy aderezados y salpicados por fuertes picantes.
Phuket hay que conocerla en tuk-tuks (una especie de sidecar, económico y característico de Tailandia), en taxi o en motocicleta. Coger un mapa de cualquier hotel, negociar con un conductor un precio y dejarse llevar.


DESCUBRIENDO PHUKET
Las carreteras de la costa (4033 y la 4233) recorren el irregular perfil de la isla. A su paso van dejando a un lado extensísimas playas con Patong, quizá, la más concurrida de Phuket. Frente a la orilla de ésta salen varias callecitas repletas de tiendas de souvenires y objetos playeros, de restaurantes fast-food y de hoteles. Patong está vivo siempre. Durante el día con la calma que da el sol y, por la noche, se viste de cueros y minifaldas y no duerme. Las calles se llenan de luces de neon, la música disco suena sin cesar, las mujeres, ataviadas con escotes más pronunciados que un escote, danzan con pasmosos movimientos sarcásticos en las barras de los bares... Todo vale.



Siguiendo la carretera 4033, acompañando a la orilla en su ligero deambular, se pasa por Karon Beach. Catamaranes, piraguas, mujeres tailandesas, generalmente acompañadas de sus hijos, esperando bajo la sombra de alguna sombrilla, la llegada de algún turista que le apetezca que le den un masaje típico del país. Y, lo que más, buceadores vestidos con sus neoprenos a punto de partir hacia la cercana y visible (desde esta orilla) isla Pu. Este lunar minúsculo en medio del mar y tan próximo a la costa es uno de los rincones más bellos para el descubrimiento del fondo del mar. Pronto desde aquí se abandonan los resorts de lujo, los campos de golf y los espacios de y para turistas.

Cuando el tuk-tuks abandona la costa se inserta en una pendiente carretera, bien asfaltada, que conduce al pulmón verde de Phuket. No hay mayor atractivo que la propia naturaleza, absoluta y radiantemente salvaje. Y en esa armónica conjunción de paisaje, silencio y aromas aparecen carteles que anuncian trekking en elefante. Es en ese camino cuando te encuentras con una lujosísima fábrica de joyas, Wang Talang. Es bien sabido que los mares de Andamán regalan a los buceadores piedras preciosas, pero lo sorprendente es encontrarse allí una especie de Tiffanny’s donde primero ves cómo trabajan las joyas y luego entras a una sala enorme con decenas de mesas de oro y plata y chicas que intentan decorar tu cuerpo con el lujo más exótico. Un lujo casi tan refulgente como el que reside en los templos de Phuket.

La mayoría budista encuentra su refugio para el rezo en Wat Chalong y Wat Mai Luang Pho Supa, al sur, y Wat Pra Nang Sang y Wat Pra Thong, al norte. Con el respeto debido, descalzándose para entrar en ellos y cubriendo las piernas (las mujeres) se descubren salas repletas de budas en oro, acompañados de coloridas flores y aromatizados con penetrantes inciensos.
Antes de salir de la isla dirección a Krabi, Phuket hay que descubrirla desde su corazón urbano, la ciudad. Es, sin duda, el rincón más auténtico y el más curioso. Paseando, sin rumbo, por sus calles encontrará descoloridos y majestuosos edificios, son las antiguas residencias, de corte colonial, de los comerciantes chinos del siglo XIX. Estas muestras de arquitectura se mantienen con orgullo. Los budistas de Phuket conviven en armonía con una representativa colonia china. Los chinos forman una parte de la sociedad de la isla que en el fondo es respetada y admirada. Tiene tanto peso que, incluso, uno de los eventos más importantes que se viven en Phuket, el Festival Vegetariano, es celebrado por los descendientes de chinos. Esta fiesta se celebra el noveno día del noveno mes lunar (es decir, por octubre). Durante unos días todos los creyentes se ponen a una rígida dieta vegetariana, para que les purifique y les de buena suerte durante todo el año.

HACIA LA TIERRA DE KRABI
Desde algunos puertos como el de Po Bay parten los barcos dirección a Krabi. El trayecto en barco es un agradable paseo que va insertándose en el mágico Parque Maríno Phang-Nga.
La denominación como Parque Marino se la concedieron en el año 1981. En total son unas 100 islas situadas al norte de Phuket y a unos 788 kilómetros al sur de Bangkok. Sus extrañas afloraciones calizas y la aparición de los peculiares manglares en determinadas orillas, lo convierten en uno de los lugares más bellos de la zona meridional de Tailandia. La mayoría de las islas merecen una parada, ya sea por su curiosa formación geológica, que es el mayor reclamo para los escaladores, o porque asemeja el cascarón de una tortuga y a los locales les gusta enseñarla con orgullo, o porque tiene los mayores bancos de peces del lugar, con lo que se convierte en un paraíso para el buceo... Cada rincón merece una parada y algunas de estas paradas sugieren recorrerlas en piragüa, bucear junto a sus cuevas o, incluso y sorprendente, hacer algo de shopping. No hay que olvidar que Phuket y Krabi viven del turismo y cualquier filón es una mina de oro. Hace varios años se rodó en una de las islas la película Las Pistolas de Oro de James Bond. Este acontecimiento ha sido la razón para que todos los barcos de turistas hagan una parada en la isla, que es maravillosa, para que se hagan fotos allí o compren algún collar...



Dirección a Krabi se deja a un lado las curiosas casas de los pescadores, palafitos de madera que muchos de ellos se han transformado en turísticos restaurantes, y se llega a una de las costas más concurridas de la costa alta de Andamán. Krabi es el punto de partida para dirigirse a las pequeñas islitas de los alrededores, las Phi Phi (donde se rodó la película de La Playa). La ciudad está rodeada de cretas de caliza, lo que convierte a la capital en la meca de escalada.
Sin embargo, después del tsunami Krabi está viviendo una temporada de crisis. Su costa ha sido muy afectada y su turismo, la gran fuente de ingresos, aún no ha recuperado la confianza. Sin embargo, Krabi, que vive ahora en la absoluta calma, tiene playas paradisíacas, hoteles majestuosos, paisajes pulcros y centros de irradiación cultural curiosos como el Wat Khlong Thom, situado a unos 40 kilómetros de la ciudad, es uno de los museos de arte más interesante de la zona. El antiguo abab de este templo reunió prestigiosas piezas de otros siglos, las arregló y hoy se han convertido en las muestras más sorprendentes de arte tailandés. A ocho kilómetros de Krabi se encuentra otro de los templos más bonitos de Andamán, Tham Sua, uno de los wats más famosos de la selva de Tailandia. Su nombre se lo dieron porque sus rocas recuerdan la zarpa de un tigre.



La gente de Tailandia derrocha simpatía, amabilidad y entrega. Un estado de pureza que en parte viene de su religión budista y en parte de su forma de vida, en constante contacto con el medio natural. Pura vida, tan pura y tan normal como estar en la playa, absolutamente solo, y ver a parecer a un elefante que baja al mar tan sólo a darse un baño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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